domingo, 28 de diciembre de 2008

Luca

Perdí la falange de mi dedo índice laburando en una fábrica de engranajes. Tenía doce años. Mi función era poner el sello de la marca en cada una de las ruedas dentadas. Clac. El pistón de aire comprimido me hizo una decapitación limpia, de manual.

Si, si, doce años. En Italia, Módena, finales del siglo XX.

Italia, país de trabajadores.

Yo era un punki singular. Odiaba a los Sex Pistols y llevaba camisetas del Ché Guevara. Mi padre se reía de mí. Se reía de un crío que exclamaba consignas de Fausto Bertinotti. “Qué sabes tú sobre los trabajadores, piccolino”. No sabía nada. Quería trabajar y aquel verano, después del curso, así se lo anuncié.

Me preguntabas por la suerte que corrió el patrón de la fábrica. Bueno, cuando el patrón son tu padre y tu tío, la cosa cambia considerablemente. Explicación oficial: un absurdo accidente con un contenedor metálico, mientras jugaba con la pelota en la puerta trasera de la fábrica. Esperando a mi papá para que me llevara a jugar al parque.

El cabello de mi padre cambió del cobalto al color de la tiza.
Mi madre nunca se recuperó del todo de aquello. De haber dado permiso a su hijo para trabajar en ese antro peligroso. ¿Qué peligro? , le digo yo, aún hoy día. Era el puesto más seguro de toda la fábrica. ¡Yo fui quien se ofreció! En este Mundo los culpables sientan cátedra sobre la moral, y los inocentes, se sientan voluntariamente en el banquillo de los acusados.

Además me gustan mucho mis manos así. Estas navidades hice un ensayo fotográfico sobre ellas. Cuando mi madre me pidió fotos para la casa nueva, se lo ofrecí. Me devolvió las fotografías, horrorizada.

A mi la cosa no me parece para tanto. El dedo índice no es indispensable.
Cierto, es muy cómodo para disparar. Pero ya te he contado antes que no creo en el ejército. Tampoco me interesa la caza. Si, ya me has visto. Soy vegetariano. Nadie es perfecto.

Un día hice una lista de todo aquello que no sería ya capaz de hacer nunca. Con mucha dificultad, llegué a reunir unas diez o quince anotaciones en un cuaderno. Luego me cercioré de que efectivamente eran cosas imposibles. Se redujeron a aquella sóla: disparar un gatillo.
No fueron cuestiones anatómicas: fueron las náuseas.

Aquella búsqueda de imposibles despertó mi vena artística. El amor por la fotografía, la guitarra basística, la escultura, las caricias.

Ralph W. Emerson decía que las personas moldean los sucesos, y los sucesos moldean a las personas. Yo creo que los sucesos pueden raspar las formas de las personas. Nunca destruírlas del todo. Los humanos somos plástica. A la vez cincel, y piedra de nuesta existencia.