
Ingveldur es la prima de Fìngunnur, tiene diecinueve años y llegó hace un par de semanas a Berlín.
Ayer vino algo pensativa a la tertulia del Morena en la Wienerstrasse y ante las preguntas nos contó lo que le acababa de suceder. De camino hacia casa la había asaltado un hombre y tras hacerle propuestas tórridas y porcinas, se abalanzó sobre ella armado con un cuello de botella roto. Ante la resistencia de la chiquilla, el tipo le rajó el brazo.
Ingveldur le propinó una patada en las pelotas y le dejó tirado en el suelo retorciéndose de dolor. Y es que a pesar de que normalmente lleva zapatitos de bailarina, ayer llevaba sus doc martens con puntera metálica, heredados de la época punk de su hermana mayor y que esta le pasó al momento de nacer su hijo, porque los pies le crecieron un número y medio durante el embarazo. Hace falta pisar la Tierra con pie más firme cuando uno tiene un hijo y por eso la naturaleza provoca crecimientos plantares durante la gestación humana. Otras especies, como la mantis religiosa, se comen al macho después de la cópula. En cualquier caso, el problema es el mismo. Tener una cría. Aceptar la responsabilidad.
Ingveldur podría haber dejado al tipo retorciéndose de dolor en el suelo y correr calle abajo, pero antes de ello decidió recoger el cuello de botella roto y rajarle la cara.
-Para dejarle un recuerdo de ese día- dijo, mientras daba sorbos a su café con leche.