jueves, 22 de julio de 2010

Christo (I)



-Estás actuando en contra de tus intereses –le dije- Mi cuerpo es la inversión en bienes de equipo de tu negocio, imbécil.

Katia me volvió a sacudir con la pistola en la mandíbula y me dio una patada en los huevos.
Luego me metió el cañón en la boca mientras lamía la sangre que brotaba de mis labios.

-Joder –acerté sólamente a balbucear mientras escupía babas y sangre. El dolor no suele ser muy ocurrente.

-Me voy a recoger a Renaldo- dijo, y empezó a reir- tienes un aspecto lamentable, bien de equipo. Llama a un dentista.

Luego pegó un portazo.

Yo les hacía ganar mucho dinero. Pero a mi no me dejaban quedarme con más que unos mil o mildoscientos euros al mes con los que pagar el alquiler, alimentarme, enviar dinero a mi madre y a mi hijo y comprar todas las medicinas que necesitaba para su enfermedad, además de las que yo necesitaba para cuidar mis afecciones cutáneas. La contaminación atmosférica de París me despellejaba a diario como una salpicadura contínua de ácido clorhídrico, y tenía que cuidar mi piel constantemente para no defraudar las expectativas de mis clientas.

Me lavé la boca en el cuarto de baño y me cambié de camisa. Cogí la botella de ron y pensé en meterme un buche para desinfectar pero luego me arrepentí de ser tan salvaje conmigo mismo. Mientras metía la camisa ensangrentada en la lavadora, pensé que aún no había desayunado y fui a por los cereales. Nuevamente me sentí gilipollas. Cómo los iba a masticar? Salí de casa mareado por el dolor y me di cuenta de que no había cogido el móvil. Volví a entrar a por el, salí encabronado y al abrir la puerta del ascensor se me cayó por el hueco. También me abrí un dedo durante el golpe con la puerta.Un ostiaputa me salió espontáneamente mientras terminaba de abrirme paso. Luego saludé a mi vecina española y a su hijo.

El niño me miraba con cara de estupefacción mientras la madre blandía una sonrisa hipócrita y hacía como si mi cara de teleñeco hinchado fuera lo más normal del mundo.

-Qué le ha pasado al monsieur, mamá?
-Rafael, no seas indiscreto.
-No se preocupe, señora. A ti te falta un diente, verdad Rafa?
-Si
-Y qué pasó cuando se te cayó?
-El
ratoncito Pérez me trajo el disco de piratas del caribe

Me dicen que hablo el español con una extraña mezcla de acento cubano y eslavo. Cuando era crío estuve viviendo con mis padres en Cuba durante seis años. Mi padre era ingeniero electromecánico. Era un verdadero artista, según mi tío. Pero después de una última temporada trabajando para la central nuclear de Kozlodui fue prejubilado con una pensión que no le llegaba casi ni para comprar el periódico. El Estado asumió su compromiso de entrada en la Unión Europea de cerrar sus viejos reactores, y él se dedicó a tomar café y crear maquetas y puzzles de madera en tres dimensiones.
Cuando faltaba dinero en casa, encogía los hombros, sonreía y salía diciéndole a mi madre que no se preocupase, que se iba a coger un avión a Karachi para trabajar en el programa nuclear paquistaní. Después se iba a dar una vuelta y tomaba muebles abandonados en la calle para renovarlos y venderlos a los vecinos.

Katia me cobraba el alquiler el primer día de cada mes. Vivía en una habitación de dieciocho metros cuadrados, que debía compartir con otros dos tipos: otro búlgaro y un ucraniano. Normalmente no estábamos apelotonados, muchas noches terminábamos durmiendo fuera. A veces era a petición de las clientes, otras veces por petición propia. Katia nos permitía dormir fuera a condición de estar siempre localizables. Lo importante cuando posees un rebaño de humanos no es tenerlos encerrados en una cuadra, mientras los tengas agarrados por las pelotas. Con medios de control adecuados cualquier país del mundo puede parecerse a un patio carcelario por mucha montaña o playa que tenga.

Katia era al igual que yo, un subproducto de una sociedad desquiciada, aunque ella estaba en el lado correcto en su relación espacial con respecto al ángulo de tiro de las pistolas.
(...)
En la imágen: Johanna Wokalek

martes, 20 de julio de 2010

Diari de Reus

He llegado aquí rodeado de bryanairs homologables
de británicas macarras cincuentonas
con tatuajes y camisetas de jelouquiti ajustadas
que gritan y se fuman varios paquetes entre el aeropuerto y el risor de Salou
Reus es un conglomerado
de carne en salsa
casas de Gaudí
calles donde no se ha retirado la basura
fruterías
y locutorios

Reus es el viaje del modernismo fermentado.