viernes, 15 de mayo de 2009


Llegó a la recepción y tomó su placa identificativa.
La reunión estaba llena de cincuentones de esa clase de cincuentones con la vida materialmente resuelta, con un par de pisos
en propiedad en zonas turísticas y un patrimonio suficiente como para dejar de trabajar si quisieran. Dejar de trabajar en particular en oficinas tétricas
y bien acondicionadas haciendo actividades absurdas y monótonas. Gente que no había visto crecer a sus hijos, y que se lamentaba
de cuando en cuando por ello, aunque en realidad la excusa de los horarios y agendas supuestamente apretadas eran un ridículo
pretexto para justificar la realidad: pasar tiempo con sus hijos, adolescentes malcriados imbéciles funcionales, caprichosos y adictos al porno
gratuito, era algo que se la traía al pairo.


Gente que se sentía obligada a beber un buen güisqui de cuando en cuando, y cuyo mayor riesgo vital consistía en algún partido de squash con sus colegas de carcel enmoquetada, para tentar al infarto de miocardio.

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